17 dic 2012

9 dic 2012

¿Quién puede más?

¿Quién no ha pensado en subirse a la azotea de un edificio, mirar el horizonte y saltar? Así. Sin pensarlo. ¿Quién no ha pensado en sentir el viento en la cara mientras vas a 200 por hora, contra un cortavientos?
¿Un mal día? Quizá. ¿Un mal año? Mucho más probable.

Abro los ojos pero el izquierdo se niega a obedecer. Un día más el sol se cuela por la ventana con una luz que ciega a los números rojos del despertador. Me dice que son las doce de la mañana, pero no me importa.
Subo la persiana pero no puedo. Creo que lleva varios días rota, pero tampoco me importa. Me visto y llega la hora de la verdad.
Supongo que el día que consiga un poco de dinero me comprare un despertador nuevo. Que suene con música de Cinematic Orchesta. Digo.

Mientras bajo las escaleras busco el móvil.

Mataría por ver su sonrisa. Pasa el día, como uno más y llega la tarde. De vuelta a casa. Una buena ducha me sentará bien. Diez minutos. No pido más. Mis diez minutos de relajación. Después de eso me tiro en el sofá y escucho canciones.

El tiempo sigue pasando, y yo a lo largo del día no he cruzado palabra con nadie. Ceno, cojo la chaqueta y la puerta. Nada me importa, tengo diez euros en el bolso para saludar la noche, copas, amigos, las mismas conversaciones de siempre, hablando como si fuera un robot. No se lo que digo, pero tampoco me importa. Alguien me habla y yo intento no pensar, pero pienso ¿En qué? En una casa en la montaña donde no existan relojes, ni teléfonos, ni donde haya parejas, donde no hagan falta persianas.