18 mar 2012

Domingo y el alcohol del Viena.

No se que nos pasa cuando bebemos, pero entre mis amigas y yo tendemos a hablar de los temas filosóficos más trascendentales que se nos ocurren. Y siempre acabamos llorando largo y tendido. Tal vez es porque nosotras queramos, o por que el alcohol saca lo que, aunque nuestra confianza sea infinita, no nos atrevemos a contar serenas. O quizás porque simplemente nos da miedo quedarnos aún más solas si otras personas se enteran de nuestras desdichas y no las entienden.

Siempre que una de nosotras llora, las demás dejamos que se desahogue, nunca la impedimos que pare. Y a mi, que me cuesta mucho incluso llorar delante de mis amigas siempre acabo llorando como una cría. Lloro por mi misma, por todo lo que he pasado, por todo lo que tengo encima. Lloro y ellas me sonríen y yo se, que cuando ellas sonríen el aire se transforma y sólo hace falta una tontería para que la tristeza se vuelva alegría. Y, aunque, a los cinco minutos vuelva a llorar me abrazan y sólo por eso, dejo de llorar aún teniendo el alma herida.


Filosofía del Viena y los fines de semana.

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