11 jul 2011

finales.

Se encuentran casualmente por la calle mayor. Han pasado ya unos años y han acumulado ya muchas experiencias, pero son lo suficientemente dignos para que no les importe las decadencias respectivas.
De la época en que vivieron juntos conservan la voz y la mirada, y enseguida recuperan las ganas de saber el uno del otro, prescindiendo de la tensión de entonces, cuando, después de tres años de una felicidad que no han vuelto a vivir, se separaron. La conversación reactiva los recuerdos y acaban hablando del último día juntos, cuando, encendiendo un cigarrillo tras otro, ella le dijo que ya no lo amaba.
Ahora, muy al final de la calle mayor donde se encontraron se dan cuenta que hay sentimientos que se pueden cauterizar pero nunca hacer desaparecer. Mantienen una cordialidad afectuosa que, si fueran sentimentales, los conmovería. Ella le recuerda el color de las maletas y el momento, tan triste, de devolverle las llaves.
Bajando un poco la mirada, ella le dice: «Deberías haber insistido».
Él entorno el comentario sin reaccionar. Se mantiene de pie, con el cuello del abrigo levantado y las manos en los bolsillos, aunque enseguida percibe la necesidad de cambiar el rumbo de la conversación y, con habilidad, consigue que hablen de lo que han hecho, los hijos que han tenido (y perdido) y de los trabajos que los ocupan. En el momento de despedirse, con la promesa de volverse a ver. Saben que la incumplirán. Ella, porque no es partidaria ni de los encuentros ni de cenar de vez en cuando con alguno de sus ex. Él, porque se siente desconcertado y un poco dolido. Deberías haber insistido. ¿Cómo se insiste cuando te dicen que no te quieren? Por supuesto que pensó en contradecir la evidencia y seguir los consejos de algunos amigos comunes, que le decían que estaban hechos el uno para el otro y que tenía que luchar para recuperarla. Pero, al final, optó por una distancia drástica, como si se hubiera acogido a un programa de protección de testigos y hubiera cambiado de vida, de nombre, de profesión, de ciudad.
¿Luchar? ¿Qué quería? ¿Qué, de madrugada, entrara por la ventana como un Romeo tronado? ¿Qué, disfrazado de mariachi, capitanean una serenata? ¿Que contratara un aviador acróbata que dibujara sobre el cielo una frase cursi? Cualquiera de estos efectos especiales le parecían propios de los que, por egoísmo y orgullo, no respetan la literalidad de un-más claro, el agua-"No te quiero».
Parado en la acera, espera que el semáforo cambie de cambie a rojo. Le entristece darse cuenta de la complicidad que pudieron tener juntos pero también cree que cuando te dicen que una historia ha terminado, es importante no insistir, no luchar y poner, de la manera más digna y rápida posible , el punto final.

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