Muchas veces pienso que cuanto más me quito la máscara menos me ven...y que cuanto más grito menos me escuchan. Es entonces cuando me escapo de mi misma y construyo trincheras donde levanto el dedo a quien no quiero que pase. Muchas veces olvido que es una trinchera y una trinchera no tiene puertas y es por ello que algún valiente se tira.
Es el miedo a desenmascarme y de ser vistos cuando menos queremos que nos vean.
Muchas veces huyendo de mi misma me he abandonado como a un perro. Pero yo nunca podría hacerme eso. Me veo...demasiado triste pero demasiado llena de vida y me miro. Por fuera y por dentro. Se de que estoy hecha y comprendo quien soy. Llego a la conclusión, entonces, que tropiezo conmigo misma y...me encuentro.
Soy huérfana. Camino frente a un mundo que se siente tan solo como yo. Con noches que no tienen eco, con gente que tiene que aprender a ponerse los zapatos y que aprieta pero no ahoga. Tal vez se destensarme cuando estoy a punto de romperme.
A la fuerza he aprendido a querer a gente sin necesitarla sin cambios absurdos o por temor a la soledad.
Muchas veces me voy al filo del precipicio y se me pasa por la cabeza que si él sobrevivió a un sexto...yo mejor no lo intento. Si saltara la victoria sería demasiado fácil para esta puta vida. ''¡TENDRAS QUE ACABAR CONMIGO VIDA, NO YO CONTIGO!'' Esto es orgullo.
He aprendido a morir sin tener que suicidarme para poder sentirme viva de nuevo.
La gente de mi alrededor parece tener miedo a querer. Yo no tengo miedo a querer. Tengo miedo a no dejarme querer porque es algo que aún no he aprendido y me da más miedo no poder aprenderlo que estar loca.
Pasas y las caricias que antes volaban en la barra del bar
ahora se cortan los cristales del suelo.