23 nov 2011

Despeguemos.

Afinar las cuerdas vocales a la hora de gritar con el corazón no es nada sencillo. Sabes que con el mínimo error te puedes quedar sin habla o por el contrario confundir las palabras y decir algo incoherente y eso a la hora de una declaración de amor no es nada recomendable. Puedes temblar como un flan, te tiemblan las rodillas, el ego, el autoestima, te pitan los oídos, te falla el corazón. Es una lucha constante a muerte entre razón-sentimientos.
Y ahí estabas, dudando de todo lo que puedes dudar en los cinco segundos en los que se tardan en abrir la puerta de un bar. Dudando de la valentía de la que siempre presumes, intentando hacer las cosas de forma elegante y natural.
En ese momento había algo en tu cabeza que simplemente no fucionaba. No tenías nada que perder. Lo hiciste, en un momento de máxima locura y seguridad transitoria, allí estabas, en tu cabeza rondaba el discurso cual escena de amor improvisada en una película. Pero esta vez tú eras la película y querías que él fuese el protagonista.
Entrabas por la puerta mientras el discurso se desordenaba en tu cabeza, cientos de palabras, miles de ganas de verle.
Y él...él. No me jodas, él no está.

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