16 ene 2012

Sobrevivir al límite.

El hombre invisible existe y, tonta de mi, me he enamorado de él.
Siempre que nos vemos jugamos al ajedrez con las miradas, yo blancas y el negras porque yo suelo ser más clara. Movemos alternativamente las piezas de un juego que tal vez los dos conozcamos y yo se que he empezado la partida y es demasiado tarde para preguntarle si quería jugar.

Mueve en pasos cortos, con sus peones como escudos infranqueables. Yo sin embargo doy pasos más largos con mis alfiles y mis torres. Porque me gusta jugar a desconcertarle. Juego sólo porque el me sigues el juego. Porque si yo quisiera le habría dado jaque mate hace tiempo.
Y ahora pueden pasar tres opciones. O me canso y le doy mate, o me sorprende y cambiamos de juego ya que ha visto que a este se jugar o la partida queda en tablas. Yo ya he movido ficha. Se admiten apuestas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario